El Perú ha sido reconocido durante las últimas décadas por su manejo responsable de la política macroeconómica y monetaria. La estabilidad de precios, el control de la inflación y la autonomía del Banco Central son logros que han permitido al país sortear crisis internacionales y mantener una economía ordenada frente a entornos volátiles. Esta solidez constituye una base indispensable para el desarrollo económico sostenible.
Sin embargo, ese éxito técnico contrasta con una profunda debilidad en otro pilar esencial: la gestión fiscal del gasto público. No se trata de gastar mejor, sino de que el Estado cumpla su función básica de proveer los bienes y servicios públicos fundamentales para el funcionamiento de una sociedad: educación, salud, seguridad, infraestructura básica y justicia.
La brecha entre la estabilidad macroeconómica y la eficiencia del gasto público revela un Estado que, si bien recauda poco en comparación con sus pares de la región, tampoco logra gastar con eficacia lo que recauda. Esto genera una paradoja: un país que luce sólido en sus cifras macro, pero que en el día a día muestra deficiencias evidentes en servicios esenciales que afectan la calidad de vida de millones de ciudadanos.
El reto no es menor. Requiere fortalecer la institucionalidad, profesionalizar la gestión pública y alinear los incentivos del aparato estatal con las necesidades reales de la población. Solo así se podrá cerrar la brecha entre la economía de los números y la economía de las personas, solo así pasaremos a hablar de crecimiento económico a desarrollo económico. El éxito económico no puede medirse solo por indicadores financieros, sino por la capacidad del Estado para garantizar bienestar, equidad y oportunidades reales para todos. En esa línea de análisis, el Perú lamentablemente tiene nota desaprobatoria. ¿Qué es primero, el huevo o la gallina? Respondo: el huevo y la gallina.