La historia artística del humorista Carlos Álvarez, desde sus inicios en la televisión, está asociada a la imitación de líderes y personajes asociados a la coyuntura política, que han sido la principal veta para sus espectáculos en vivo y los diversos programas en la pantalla chica en los que ha participado.

La lista de sus caracterizaciones es interminable, fruto de sus casi cuatro décadas en la carrera, trabajo que han celebrado muchas de las figuras mediáticas que imitaba, pero también hubo otras a las que  no les agradaba ser tomadas como referencia para  la parodia, actitud hasta comprensible en el ambiente artístico. A quienes les molestaba una imitación, por allí lo manifestaban en medios y hasta en alguna entrevista, pero pocas veces hemos sido testigos, por no aventurarnos a decir nunca, que ministros del gobierno de turno hayan salido a criticar la labor de un artista del humor por su trabajo, calificándolo de una burla, una agresión y falta de respeto.

La caracterización a la primera dama Lilia Paredes no le podrá gustar a los ministros, pero deben entender que una imitación significa la exageración del personaje real para conseguir no solo una carcajada, sobre todo lo que se busca es una crítica a un escenario político desde el humor; que no siemrpe será bien recibida por quienes se sienten supuestamente afectados. “Realicé la parodia de la primera dama, así como años atrás parodiamos a la señora Susana Higuchi, Eliane Karp, Nadine Heredia, Nancy Lange, etc.

Ellos me invitaron y propuse hacer este personaje. Con esto no justifico nada. Mi trabajo es el humor político y si un personaje está en la noticia lo hacemos o acaso no se han enterado de las supuestas participaciones de la primera dama y su hermana en algunos temas (que son noticia)”. Esta fue la respuesta de Álvarez que simplemente defiende su oficio, que como cualquier otro, tampoco está libre de excesos, pero siempre se apelará a la autoregulación que a cualquier tipo de censura.

El artista simplemente hace su trabajo, toma al personaje, busca de donde explotarlo y no lo hace por fastidiar u ofender, simplemente responde a que esa figura es parte de una coyuntura y ese es el motivo por el que termina siendo imitado. Aún se recuerda la imitación de Eliane Karp en programas de humor y  a veces lo exagerada de la caracterización, pero ella nunca se quejó o envió a sus representantes a salir a comentar públicamente que estaban en desacuerdo con la parodia. 

Echemos una mirada por un momento a países como Cuba, Nicaragua y Venezuela y preguntémonos  si la parodia política es permitida por sus gobiernos; la respuesta es simple y contundente, si a alguien se le ocurre hacerlo simplemente termina en la cárcel. Que un gobierno pretenda inmiscuirse en contenidos del humor político no es una buena señal y esperemos que sea la última vez.