Sendero Luminoso inició la lucha armada (ILA) en Chuschi, el 17 de mayo de 1980, hace 43 años. Miles de víctimas, ese fue su “legado”. Nadie imaginó que venía. Los actuales jóvenes aún no habían nacido, vivíamos en un Perú paralelo, no entendíamos qué pasaba en la sierra, selva, en el altiplano, en las fronteras, en los conos. No teníamos idea de cuántas etnias y lenguas tenía el Perú. Ese desconocimiento, esa desidia por no entender que agua, luz, carreteras, centros de salud y colegios son las prioridades que siempre postergamos, generó violencia.

Ese legado senderista parió la “odiología”, representada por los ultras de ambas esquinas ideológicas. Generó una brecha perversa y cruel donde el odio prima, ese odio que ya no solo quiere verte derrotado sino además humillado. Te quiere en la cárcel y lo festejan en redes, y también festejaran con sevicia la muerte del opositor, y cuando este ya no esté, entonces cargarán contra sus hijos con el mismo ardor y enseñaran sus fauces salivando ese odio que ahora disfrazan de afanes patrioteros y una inmundicia moral adornada de seudointelectualidad.

Hemos perdido la compostura, sale un loco pero, oh sorpresa, hay otro más loco -y quizá más imbécil- que adornándose y regodeando sus insultos con destreza, lanza en las redes y medios sus lacerantes insultos, que los seguidores festejan como mutantes disfrutando la difamación que también los alimenta, haciéndole creer al odiador que, es “popular”.

Ese odio se disparó un día como hoy en Chuschi, cuando Abimael y su caterva decidieron despedazar al Perú. Mucha gente murió y ese odio se incrementó en las familias que perdieron seres amados, en las instituciones que perdieron a sus integrantes. Hoy seguimos alargando las distancias con discursos abyectos, pidiendo modernidad y eficiencia al Estado cuando nuestros comentarios y acciones solo lo envilecen. Solo nos quejamos e insultamos. Quizá no nos damos cuenta que hay palabras que matan y discursos de odio que terminan por distanciar familias, que nuestros hijos nos observan. ¿Vale la pena? Dejemos el hiperanálisis y el megalamento. Construyamos, aportemos ideas y olvidemos ese odio que destruye.

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