Lo que pasa en esta campaña electoral presidencial es algo inaudito, resultado lógico de un lustro marcado por los escándalos de corrupción que afectaron a toda la clase política de distinta ideología, y también de la situación de la pandemia, por la crisis sanitaria y política. Era predecible un escenario de desencanto atroz como el que vivimos. Hoy, un candidato lidera las encuestas teniendo a menos de dos peruanos, de un total de diez, apoyándolo; mientras que el segundo lugar lo disputa un grupo de candidatos que no llega, cada uno, a la preferencia de un peruano, de un total de diez.

Si hacemos la comparación con campañas electorales de años pasados veremos que a estas alturas las opciones ya estaban decantadas, y la incertidumbre, si bien siempre nos acompañó, no era tal. Hoy, con estos resultados a menos de tres semanas de las elecciones, la verdad que ni siquiera el que va puntero en las encuestas puede sentirse seguro. Cinco puntos o más no son nada al lado de más de 30 por ciento de encuestados que aún no decide su voto. Si existe una elección en la que puede de verdad pasar cualquier cosa, es precisamente esta.

Es cierto: las tendencias dicen más que el resultado numérico en sí cuando de analizar las opciones de los candidatos se trata. Sin embargo, insistimos: con un número tan alto de indecisos las posiciones pueden cambiar drásticamente, más aún si vemos que, por ejemplo, en la disputa por el segundo lugar hay más de cinco cuyo margen de diferencia es menor a cinco por ciento.

Este periodista tiene la impresión de que gran parte del voto indeciso es centrista. Los radicales, los más ideologizados, tanto de un lado como del otro, difícilmente definen al final de la campaña: es un voto cautivo desde el principio. El voto centrista, desideologizado, que no comulga ni con extrema izquierda ni con ultraderecha es el que aún está en disputa. ¿Quién o quiénes podrán ganarlo en los próximos días?