El papa Francisco pasará a la historia por haber dejado de lado la “política” de silencio teñida de complicidad que a lo largo de muchos años ha regido dentro de la Iglesia Católica respecto a los abusos de todo tipo cometidos por malos sacerdotes de diferentes jerarquías, sobre los que en los últimos 12 años se han tomado medidas disciplinarias ejemplarizadoras en medio de escándalos que han defraudado y alejado a miles de fieles, tal como lo pudo apreciar en propio fallecido pontífice en su viaje a Chile en enero de 2018.

Este es un gran legado del pontífice americano que se ha enfrentado al ala más conservadora de la curia romana, para tratar de acercarse a las víctimas que por años no han sido escuchadas y más bien han sido testigos de indignante impunidad. Recordemos el escandaloso caso del cura chileno Fernando Karadima, quien recién fue expulsado del sacerdocio en 2017 por el papa Francisco ante gravísimas denuncias de abusos sexuales que venían de mucho tiempo atrás.

En el Perú tenemos muy cercano el caso del Sodalicio de Vida Cristiana (SVC), que ha sido disuelto en una de las últimas medidas adoptadas por el papa Francisco, tras años de denuncias de abusos sexuales, físicos y sicológicos cometidos por los responsables de esta secta conservadora fundada en nuestro país en 1971, y que siempre estuvo rodeada de misterios y silencios, que permitieron a sus cabezas desviarse y terminar en el tacho de la historia de la Iglesia Católica.

Sin embargo, una vez disuelta esta organización por la Santa Sede y más allá de lo que se haga con su patrimonio que parece no ser poca cosa, es importante que quienes han cometido delitos comunes asuman su responsabilidad ante la ley penal. Y en el caso del Perú, es tarea del Ministerio Público identificar, investigar y denunciar ante el Poder Judicial a quienes hayan delinquido. La violación sexual y los maltratos se sancionan con cárcel, no con penitencias, aislamientos ni golpes de pecho.

Es de esperarse que el sucesor de Francisco mantenga esta lógica de dejar de lado el mal llamado “espíritu de cuerpo” y siga poniendo luces sobre los violadores, pederastas y abusadores en general, que además tienen que ser llevados ante la justicia penal. Que lo haga por el bienestar y hasta la supervivencia de la Iglesia Católica, que aún tiene mucho que darle a la humanidad y especialmente a los más desvalidos, tal como promovía el pontífice que trabajó hasta el último día de su vida.