Un día como hoy, hace 226 años, se produjo la histórica Toma de la Bastilla, un recinto carcelario medieval parisino que simbolizaba el despótico Antiguo Régimen imperante. Dicha toma es considerada el estallido de la Revolución Francesa, el acontecimiento más extraordinario que le haya sucedido a la sociedad internacional durante el siglo XVIII y que por su trascendencia, la unanimidad de los teóricos de la historia universal, la han considerado el final de la edad Moderna y el inicio de la Contemporánea. La ebullición de un pensamiento contestatario finalmente ganó trecho a un largo statu quo injusto y arbitrario que imponía los caprichos del monarca sobre los súbditos, para quienes su destino estaba en una relación de completa dependencia con los reyes. A partir de ese momento, el propio hombre se convirtió en el centro del proceso renovador de su existencia. De allí que la Revolución se tiró abajo el concepto del derecho divino que justificaba el absurdo derecho absoluto monárquico. Luis XIV llamado “El Estado soy yo” fue la manifestación más evidente de aquel sistema por muchísimos años imperante. Advenido el referido cambio sustentado en el derecho natural que tanto promovieron los pensadores de la Ilustración, como Voltaire, Rousseau y Montesquieu y los enciclopedistas como Diderot y D’Alembert, la Revolución Francesa se convirtió en la génesis de la proclamación de los derechos individuales, consagrando la tesis de que todos los hombres somos iguales por naturaleza y que la ley se convertía en ese instante en la mejor garantía de ese intrínseco derecho. Así, también surgieron con la Revolución los derechos humanos que son superiores y anteriores a la norma jurídica o positiva. El legado del proceso revolucionario del 14 de julio de 1789 fue lograr trasladar la soberanía del monarca a la soberanía del pueblo, pregonando el final de la milenaria sociedad esclavista anterior.