Hace ya varios años que se anuncia la desaparición del libro, el de la palabra impresa en papel. Tal afirmación se sustenta en dos argumentos al parecer contundentes: la gente lee cada día menos y existen alternativas tecnológicas mucho más atractivas y económicas.

El primer argumento es también verdad en alguna medida como consecuencia de la revolución tecnológica. Pero la aparición del libro electrónico (e-libro) es el punto de quiebre. Henry Kamen, historiador británico, admite con dolor el hecho: “un e-libro no pesa nada. No tiene existencia física, salvo como un archivo digital en un aparato electrónico.” Y se puede llevar cientos de ellos en una tablet.

Sin embargo, el mismo Kamen considera que no por eso el libro de papel desaparecerá: “un libro ofrece un contacto individual, otorga mayor comodidad, se puede leer en cualquier lugar sin la necesidad de baterías y se puede guardar de forma personalizada”.

Por su parte el filósofo y escritor italiano Umberto Eco no dudaba de la perdurabilidad del libro de papel: “He visto libros que tienen 500 años de antigüedad y manuscritos de hace mil años” y agregaba que no había certeza alguna sobre la duración de los últimos dispositivos de almacenamiento electrónicos.

En efecto, a lo largo de la historia ha habido novedades que, más allá de su encanto, no han hecho desaparecer a otras cuya muerte se anunciaba. El cine no hizo desaparecer al teatro ni la televisión eliminó al cine y la radio. El abrumador despliegue de ofertas de entretenimiento en estos días de aislamiento social ha reactualizado estas reflexiones.