Hace rato que está instalada en el país la idea de que una eventual vacancia de Dina Boluarte traería más problemas y caos que soluciones.
A despecho de los opositores políticos afincados en el espectro castillista y aglutinados bajo la esfera ideológica caviar (estos últimos no le perdonan las muertes en las protestas y quieren la cabeza de Boluarte obviando que el real gestor de esos actos delictivos fue Castillo), la presidenta de la República difícilmente será acusada constitucionalmente, con lo cual su inhabilitación política es improbable, y las mociones de vacancia se seguirán derrumbando si detrás de ellas no hay un hecho contundente y probado casi como el golpe de Estado emitido en vivo y cuya flagrancia eximía al Congreso de cualquier incredulidad.
Una presidencia interina a cargo del titular del Congreso y la inminencia de otro adelantado periodo electoral sería entregarle a Antauro Humala las últimas armas que requiere para convertir su ideología insana en un poder que lo llevaría, mínimamente a tener una bancada en el Parlamento. Estropearía la imperiosa necesidad de forjar alianzas entre partidos idóneos y que requieren de largos plazos de conversación para descartar que, otra vez, la improvisación llegue al Estado disfrazada de maestro de escuela rural pero escondiendo al jefe de una banda criminal.
Unas elecciones adelantadas -además- detendrían en seco las expectativas económicas de crecimiento para este 2024, algo que con esfuerzo y políticas claras y constantes podría despejar el enrarecido panorama de crecimiento de los últimos años y mejorar las perspectivas al 2025. Por eso y mucho más, no cabe tampoco la nueva “Marcha de los 4 Suyos” que alistan los resentidos de siempre para el 28 de julio con el fin de pescar a río revuelto. Es hora de apostar por el mal menor y ese tiene nombre y apellido: Dina Boluarte.