Soy de la generación que desde que obtuvo la mayoría de edad ha tenido que votar por el denominado “mal menor”, elegir entre el “sida o el cáncer” o por votar por el “más vale malo conocido que bueno por conocer”. ¿Es que acaso los jóvenes en esa época no merecíamos mejores opciones? Merecedores o no, lo cierto es que los jóvenes de esa generación (aunque discrepen algunos), hicimos poco por cambiar la realidad nacional; por el contrario, nos quedamos cómodamente viviendo la prosperidad económica que se había sembrado en la década previa, limitándonos a ser meros espectadores de lo que sucedía en nuestro país.
Estamos en el 2024 y esto no ha cambiado mucho, pues seguimos esperando que sean otros los que hagan por nosotros, que sean otros los que cambien las cosas por nosotros, ¿qué debe suceder para que como sociedad reaccionemos frente a la precarización de la institucionalidad y la democracia? Por el contrario, tenemos una fuga de talentos que no ve el Perú como el lugar donde realizar sus sueños o desarrollar su potencial. ¿Perdimos la guerra? Pensemos que no.
El próximo año entraremos en la carrera preelectoral, nos ofrecerán el oro y el moro, apelarán a nuestras necesidades y vulnerabilidades, etc. Pero este 2026 tendremos la oportunidad de no volver a cometer los errores del pasado: votemos en esta oportunidad por los programas de gobierno. Estos no tienen por qué ser tediosos y poco digeribles. Los candidatos presidenciales deberán llevar con sencillez sus propuestas al ciudadano más lejano (en términos de distancia y de ciudadanía); los electores, por nuestra, parte tendremos la obligación de informarnos bien por quién votamos, quienes acompañan a nuestro candidato y qué propone porque el voto en el Perú más que un derecho, es una responsabilidad.