¿El verdadero objetivo de la presidenta Dina Boluarte es acabar con la paciencia de los peruanos? Porque si ese fuera el propósito, hay que reconocer que lo está logrando con éxito. La reciente designación de Gustavo Adrianzén como representante permanente del Perú ante las Naciones Unidas, con sede en Nueva York, resulta tan desconcertante como indignante. Se trata de uno de los funcionarios más cuestionados e ineficaces que ha pasado por la Presidencia del Consejo de Ministros, y sin embargo, se le premia con un puesto de alta responsabilidad en el ámbito diplomático.
En una democracia, el pueblo otorga el poder, pero espera resultados. Bajo esta lógica, Adrianzén no debería estar recibiendo ningún reconocimiento. Durante su gestión como premier, no logró articular políticas coherentes, no generó consensos, y menos aún atendió las demandas de la ciudadanía. Su paso por el cargo fue, por decir lo menos, irrelevante.
Pero en el actual Gobierno, el mérito no parece ser el criterio para ocupar cargos públicos. Lo que importa es pertenecer al círculo de confianza de la mandataria. De otro modo, no se explica cómo alguien sin formación diplomática, sin dominio del inglés —como lo confirmó el propio excanciller Javier González Olaechea—, y sin experiencia en temas internacionales, pueda ser elegido para representar al país ante el organismo multilateral más importante del planeta. Este tipo de decisiones pone en evidencia el desprecio del régimen por la profesionalización del servicio público.