Hace un año exactamente a la candidata Keiko Fujimori se le quemó el min pao en la puerta del horno. Nunca estuvo tan lejos y jamás tan cerca de Palacio. Y fue tanta su desazón que hasta hoy, 365 días después, aún le debe al presidente Pedro Pablo Kuczynski el gesto político y democrático de saludar su triunfo.

En realidad, el flash del 5 de junio de 2016 ha quedado como un latigazo lacerante en el orgullo de todos los fujimoristas. “Y, desgraciadamente, el dolor crece en el mundo a cada rato, crece a treinta minutos por segundo, paso a paso, y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces, y la condición del martirio, carnívora voraz, es el dolor dos veces…”, como dice César Vallejo en “Los nueve monstruos”.

La fiesta estaba preparada. A la segunda es la vencida, se escuchaba en el local de Fuerza Popular. Los globos naranjas pugnaban por elevarse en el cielo opaco de Lima, Spadaro ya quería brincar de alegría, Mark Vito Villanella se frotaba las manos, la expectativa copaba la Diroes, Joaquín Ramírez cantaba victoria, Becerril creía que se les presentaba la Virgen, Luis Galarreta se sentía en la gloria…

Pero el pueblo peruano, que solo cuando quiere es sabio, le dijo NO a la hija de Alberto Fujimori con un resultado final de 50.12% frente a 49.88%, según la ONPE. Unos 42,597 votos de diferencia que hundieron en el rincón de las ánimas las aspiraciones de gobierno de la ex primera dama. Su consuelo fue que logró instalar 73 correligionarios en el Congreso de la República, con los cuales ahora le saca canas verdes a un PPK que -hay que decirlo- cada vez pierde más viada.