La palabra muerte proviene del vocablo latino “mortis” que significa “morir” o llegar al término de la vida. Si de algo estamos absolutamente seguros los seres humanos es de que todos moriremos. La muerta se convierte así en algo inevitable y universal: Todo el mundo muere, aunque no tenemos seguridad de que todo el mundo aproveche la vida. La muerte es un misterio que ha sido tratado por innumerables filósofos desde la antigüedad de hecho, en la propia biblia hay una serie de citas que la refieren.

El mismo Jesús se refería a los muertos como a aquellos que estaban en un estado de “sueño”, con lo cual podríamos interpretar que los muertos duermen en la luz de otra dimensión inmaterial, mientras los vivos siguen despiertos en la oscuridad del plano terrenal. Desde el punto de vista biológico, se dice que la muerte es un proceso irreversible de desintegración de un organismo y muchos científicos afirman que la vida está íntimamente ligada a la muerte y como ejemplo se expone la “apoptosis”, planteada por Kerr en 1972, en la que señala que la muerte celular está programada de alguna manera a través de cambios internos en las células, que van desgastando al organismo, hasta su fin. El ser vivo posee funciones biológicas que trabajan armónicamente como un todo integrado por cada parte, las cuales evidentemente se pierden en el instante de la muerte.

Desde la aparición de la humanidad, la muerte ha sido un tema de gran interrogante para los seres humanos por el misterio que reviste y ha generado innumerables interrogantes e inagotables reflexiones. La moraleja de este misterio, que nadie ha logrado descifrar, es que las personas debemos ser conscientes de que tenemos un final y que debemos aprovechar la vida al máximo y reconectar con nosotros mismos y con aquellos a quienes queremos, para hacer todo aquello que nos apasiona y nos hace felices.

Cuando un ser querido nos deja, nos sumimos en una gran pena, nos abraza un gran dolor que nos hace sentir vulnerables y que nos deja una huella inmensa de vacío y soledad. Los que nos quedamos somos los que anhelamos revivir a los que han partido y nos lamentamos y sentimos culpables muchas veces por no haberles dedicado más tiempo o haberlos podido disfrutar más. La gran tragedia de la vida no es la muerte, sino el dejar de vivir.