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El cártel mediático forjado en nuestro país los últimos años no configura una tiranía económica. No es el dinero lo que mueve a los periodistas mermeleros. Lo que moviliza a los líderes de opinión es la pertenencia a un grupo ideológico muy concreto: el contubernio líbero-caviar. La pertenencia a este grupo asegura un estatus económico, por supuesto, pero facilita algo mucho más importante: incorpora al líder de opinión en la mátrix del pensamiento caviar. Y lo convierte en portavoz estrella de lo políticamente correcto. Así, en los últimos años hemos visto un nuevo y grave divorcio en la realidad nacional. La mayoría de los peruanos no comparte los dogmas seculares de los opinólogos caviares. El pueblo, por instinto, desconfía de los que se proclaman la reserva moral de la nación. El divorcio se produce cuando, ante un pueblo mayoritariamente anticaviar, los medios de comunicación optan por llenar las pantallas, el papel y las radios de progres convictos, confesos o culposos. Solo unos cuantos lobos esteparios resisten en este ambiente de ciego relativismo y falsa polarización. El lobby caviar es poderoso y argollero. Pero se puede derrotar y desmontar. La censura de Saavedra ha sido, para ellos, un escalofrío en la espina dorsal. Contra todo el establishment mediático, desafiando el fariseísmo periodístico, el pueblo apoyó la censura y la oposición democrática se rebeló. Se rebeló para triunfar. Comprendió, por fin, que el enemigo no emplea circunstancialmente el monopolio de la mentira. EL ENEMIGO ES EL MONOPOLIO DE LA MENTIRA. Un monopolio con febles ramificaciones en la dimensión partidaria, pero solvente en el plano de los mass media. Un enemigo con pies de barro que se erige como un falso profeta de la cosa pública, un tigre de papel incapaz de reaccionar al embate valeroso de la verdad.

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