El presidente Pedro Castillo parece tener un mundo aparte que le concede el poder. Sus últimas expresiones solo demuestran que vive atrapado en una burbuja y entiende que desde allí lo único posible es increpar y cuestionar a los opositores y defender a ultranza a los suyos, un detalle que marca la clausura de la objetividad.

Hace poco emplazó a sus críticos a debatir en el VRAEM. “Vamos sin zapatos” y “Salgan de sus pupitres”, fueron las frases lanzadas contra los congresistas. Además defendió a sus ministros, principalmente a Iber Maraví, presuntamente ligado a una banda terrorista. Decir que “los quieren tumbar para poner a sus aliados”, da luces que tiene una relación de guiños y complicidad con personas que le hacen daño a la democracia. Peligroso.

A las escenas vistas en los últimos días, llenas de histrionismo, demagogia y prepotencia, no se le puede llamar “intento de solucionar la crisis”. Por el contrario, manifiestan un modo de ser agresivo que está lejos del llamado a la unidad que hizo al inicio de su mandato. Parece que el interés del jefe de Estado se basa en buscarse enemigos para eludir el reto más importante: gobernar en favor del desarrollo del país. Su voluntarioso, aunque mediocre, empeño de ponerse a la altura de las expectativas de los ciudadanos, está desapareciendo porque le da más espacio a los reproches y facturas antes que a lo que los peruanos necesitan.