Sospecho que la ilusión de gobernar un país, a través de elecciones transparentes, está siendo pervertida por algunos mercaderes. Postular debiera ser un servicio, por lo que ponerle precio a esta posibilidad no solo limita la participación de los peruanos más preparados, sino que propicia que, por un lado, se creen agrupaciones políticas para lucrar con las candidaturas y, por el otro, se presenten aquellos que busquen hacer el negocio de sus vidas.

Claro, no se ha descubierto la pólvora al conocer que algunos partidos políticos le han puesto precio a las candidaturas para diputado y senador. Sin embargo, antes eran montos simbólicos para los postulantes a congresista, alcalde y gobernador, entre 1000 y 2000 soles, a modo de filtro para no llenarse de impresentables sin convicción de servir. Pero, ahora, ponerle montos entre 20 y 60 mil soles para integrar las listas ya lo convierte en un negocio con franquicias a nivel nacional.

Echemos pluma. Si una agrupación pide 20 mil por 130 candidatos a diputados estaría embolsicándose 1 300 000. Si le sumamos los 60 postulantes al senado al máximo precio de 60 000, la caja se ensancharía a 3 600 000. Entonces, las elecciones internas se convierten en una pantomima para lavar dinero de las candidaturas. Y eso no es lo peor, sino que nadie saca dinero de su bolsillo para no recuperarlo a como dé lugar en el camino.

Si a estas cifras de espanto le sumamos la cantidad de partidos políticos que participarán en esta contienda electoral, que superan los 40, sabremos que de ninguna manera es amor al chancho sino al chicharrón. Ha nacido un nuevo negocio en un país de criollos, donde a los mercaderes de la política solo les interesa lucrar; mientras que a los inversionistas nada les importa más que el beneficio propio. La pregunta es: ¿qué más podemos esperar de la nueva clase política?