El peor alcalde del Perú, tituló el diario Correo con total autoridad acusando a Arturo Fernández de llevar al caos a Trujillo. El tiempo le da la razón, en un año de gestión municipal es más conocido por ser huachafo que por gestor, por bocón que por sensato, por misógino que por civilizado, por embustero que por honesto.
¿Qué le pasa a Fernández para actuar de manera estrafalaria? Esa pregunta se la lancé a un amigo que estuvo cercano al candidato cuando se encontraban en campaña electoral. Eso le gusta a la gente, me respondió. Ahora le doy la razón: a un gran número de trujillanos, que por esos caprichos del destino llegaron a vivir en esta noble ciudad, les encanta un personaje frontal, irreverente y antisistema.
Entonces, el niño Arturito, sabiendo que la tribuna es suya, despilfarra lisura contra aquellos que son afines a las buenas costumbres de la ciudad: el orden, la limpieza, la sobriedad. Es como eructarle al profesor de piano. Además, sabe que no tiene al frente a alguien que cuide de Trujillo.
Como los empresarios tienen rabo de paja, Fernández comenzó por cerrar las construcciones que no tienen sus licencias en orden y tampoco un gremio que los defienda con pantalones. El presidente de la Cámara de Comercio de La Libertad, Alfonso Medrano, balbuceó pidiendo sensatez en los cierres de los centros comerciales y su voz, otrora destemplada, se apagó.
Mañana, el JNE tiene la obligación moral de determinar si Fernández continúa o no como el destructor de Trujillo. Con una sentencia condenatoria en segunda instancia, esperamos que las credenciales les sean retiradas al alcalde y la historia se encargue de juzgarle de por vida.