La construcción de una memoria histórica ha sido la gran aspiración de las ideologías radicales, cualquiera que sea su posición en el espectro del pensamiento. Todos los totalitarismos aspiran a formar las cunas mientras se apropian de las tumbas. Por eso el combate ideológico es vital para los totalitarismos, que no se detienen hasta haber controlado todo el poder de las ideas, purgando a sus enemigos sin piedad. La construcción del mundo nuevo totalitario, la dictadura feroz que crea una nueva sociedad, solo puede realizarse si el control del pensamiento es eficiente, relevante y continuo.
Pensemos en clave educativa. La educación puede formar ciudadanos libres, entrenados en el pensamiento crítico, defensores de las leyes y de la democracia representativa pero también puede crear generaciones de laboratorio formateadas para obedecer sin pensar, generaciones que no aspiran a comprender aquello que existe detrás del telón. Y, como es natural, lo que está detrás del telón importa mucho en clave política. La educación totalitaria impone una sola forma de pensar, una adhesión ciega a un modelo concreto defendiendo, falsamente, la superioridad de una pirámide de valores.
Padecimos, hace años, la propaganda pseudo-educativa de Sendero Luminoso. Aquel totalitarismo inicuo nos unió en la guerra contra la subversión porque su metodología sangrienta y su pulsión maniquea eran evidentes. Hoy, sin embargo, vivimos un totalitarismo distinto, un nuevo totalitarismo. Este, a manera de relativismo evanescente, dice respetarlo todo pero en el fondo lo que busca es liquidar cualquier disidencia. Contra ese totalitarismo, para mantenerlo controlado, hace falta una gran coalición nacional.