Las lecturas sobre controversias eruditas en el campo de la ciencia oftalmológica acerca del origen de los anteojos, han despertado mi interés. Conocer con certeza a qué mente deslumbrante le pertenece la invención de un objeto capaz de recomponer el estado de unos ojos envueltos en tinieblas o de una vista defectuosa, privada de contemplar la belleza de la naturaleza e imposibilitada de entregarse a la lectura, es verdaderamente apasionante. Durante siglos se creyó que el inventor de los lentes, era el florentino Salvíno degli Armati (1245–1317), pero una investigación de la Sociedad Española de Oftalmología, establece que es una mentira histórica. Dice Carlos Blanco, en su libro Mentes maravillosas que cambiaron la humanidad: “El persa Alhazen (965-1040 d.C), poseía un intelecto extraordinario, hizo aportaciones relevantes en prácticamente todos los campos del conocimiento, desde la matemática hasta la psicología, pasando por la física o la oftalmología”. ¡Este es el origen! El científico Alhazen, “padre de la óptica”, compuso hacia el año 1021 el primer tratado de oftalmología. Su obra llegó a Europa, fue traducida en 1240 al latín y leída por el monje franciscano Alessandro della Spina, el auténtico inventor de los anteojos, quién en 1286, tras estudiar y comprender las tesis de Alhazen, logra materializar las gafas. Años después, monjes de Murano, al norte de Venecia, dedicados a la fabricación y talla del vidrio, permiten el uso extensivo de este valioso aliado de la vista cansada o deficiente. La primera obra de arte que sitúa en primer plano los anteojos, le pertenece al pintor italiano Tomasso de Modena, que, en 1352, realiza el retrato del cardenal Hugo de Saint-Cher de Provenza.