Siempre, en política, debería primar el criterio de apoyar lo que le conviene al país. Ciertamente, este criterio, “lo que más le conviene al país” es muy subjetivo pero algunos elementos para definirlo pueden ser visibles y fáciles de entender.
Entender, por ejemplo, si le convenía al país que Dina Boluarte dejara el poder –pese a sus graves falencias de gestión y sus múltiples errores– teniendo en cuenta la imagen internacional que nos acerca a la inviabilidad y al paroxismo.
¿Le convenía al país cambiar a un presidente a nueve meses de las elecciones?
Es el mismo análisis que hay que hacer ahora con José Jerí. Tenemos un nuevo presidente, inexperto, igualmente cuestionado y proclive a la exposición pública, que poco o nada podrá hacer por los problemas que más nos agobian, pero cambiarlo ¿es una opción que sirve de algo? ¿Qué beneficio tangible traería? ¿Llegaría al poder un verdadero estadista revolucionario y capaz de convertirnos en el país de las maravillas en apenas nueve meses?
Obviamente, la respuesta es no. No sirvió de mucho la destitución de Boluarte y también sería inútil la salida de Jerí. Y es obvio, en ese contexto, que quienes promueven esas salidas, las bancadas del Congreso, antes, y los participantes de marchas, ahora, buscan lo mismo: satisfacer sus intereses sin que el país les interese en lo absoluto.
Unas, las bancadas, buscan no perder votos para acceder al poder y, los otros, en su mayoría, tienen la proclama de “que se vayan todos” aquellos que no concilien con sus colores políticos. El país no es una prioridad, es una herramienta de sus ambiciones. Así las cosas, los manifestantes se parecen más de lo que creen al Congreso que tanto denuestan.




