El Perú no necesita más diagnósticos, los conocemos de memoria: desigualdad, desconfianza, burocracia, informalidad. Lo que necesita es acción. Pero no cualquier acción: acción con propósito, con ética y con sentido de país.
Durante años hemos confundido el análisis con el avance. Hemos pasado horas debatiendo lo que no funciona, y muy poco tiempo construyendo lo que sí podría funcionar. Nos hemos acostumbrado a la crítica fácil, a la denuncia sin propuesta, al reclamo sin esfuerzo. Y así, poco a poco, hemos permitido que la inacción se vuelva costumbre, que el pesimismo se disfrace de lucidez.
Este CADE Ejecutivos 2025 nos recordó que el futuro no se decreta, se hace. Que los países no cambian por discursos ni por hashtags, sino por decisiones valientes, sostenidas y colectivas. Nos recordó que el liderazgo no consiste en esperar condiciones ideales, sino en crearlas. Que el verdadero cambio empieza cuando alguien decide hacer lo correcto, aunque nadie lo aplauda.
Los empresarios no podemos mirar al país desde la comodidad del cálculo ni desde la distancia del privilegio. Nos toca involucrarnos, invertir, innovar, apostar. No para adornar balances, sino para transformar realidades. Porque el crecimiento económico no sirve de nada si no se traduce en desarrollo humano, en oportunidades y en dignidad.
El país que soñamos no está en el futuro: está en nuestras manos hoy. Pero exige compromiso, coherencia y acción. Acción que inspire, que sume, que construya. Porque ya no basta con opinar: hay que actuar. Ya no basta con decir que amamos al Perú: hay que demostrarlo cada día, en cada decisión, en cada acto de servicio. “Visión sin ejecución es solo una alucinación” decía el empresario norteamericano Henry Ford y no le faltaba razón. El pensamiento condiciona la acción, la acción determina el comportamiento, el comportamiento repetido crea hábitos, el hábito estructura el carácter y el carácter marca el destino. Que esta enseñanza de Aristóteles, nos permita construir nuestro destino con claridad y, recordemos: El Perú no nos pide discursos. Nos pide coraje. Y el coraje —ese que no grita, sino que hace— es lo único que puede cambiar nuestra historia.




