De todas las escenas duras que vi en mis años de reportero, sin duda las más extremas y crudas son las que presencié en Puerto Príncipe el jueves 14 de enero de 2010, dos días después de un terremoto de 7.3 grados que devastó gran parte de Haití y causó por lo menos 220 mil muertos, además de dejar en evidencia los brutales efectos de un sismo en un país donde no existía la más elemental política de prevención ante un evento de este tipo.

Menciono esto porque durante los difíciles días del Niño costero, en conversación con un alto funcionario de este gobierno, pregunté si a juzgar por lo visto en la emergencia climática previsible, se habían hecho una idea de lo que sucedería en caso de un sismo. Su mirada fue de pavor y me aseguró que, pese a las buenas intenciones de funcionarios, militares, policías, bomberos y voluntarios, sería muy difícil asistir a los afectados, al menos en un primer momento.

No seremos Haití, un país caótico, inmanejable, que sobrevive día a día y pobre en extremo desde que existe, pero un terremoto en Lima como el que ha sacudido parte del México en las últimas horas, sin duda provocaría cientos de muertos y heridos, aparte de millonarios daños en la propiedad pública y privada. Pensemos nomás en las precarias condiciones en que operan los bomberos, que son los llamados a acudir hasta a sacar a las personas atrapadas en los ascensores.

Mucho se habla del peligro que existe en zonas como el Centro de Lima, Rímac, Barranco y otros sectores por las casas viejas, en su mayoría de adobe. Sin embargo, echemos una mirada también a los cerros que rodean Lima, donde sin el menor criterio técnico se han construido en sus laderas casas de ladrillo y cemento de hasta tres o cuatro pisos. Para algunos, eso es “progreso”. Hace pocos días, una vivienda se desplomó y acabó con la vida de un menor de edad.

La dejadez y falta de previsión que se han dado a lo largo de muchos años, nos han dejado expuestos para el momento en que ocurra el gran sismo que prevén los expertos. Poco se puede hacer en el corto plazo, pero desde ya, el gobierno del presidente Pedro Pablo Kuczynski debería romper con décadas de inacción para dotar a los peruanos de un sistema de respuesta a una emergencia que podría suceder en cualquier momento.