Lo diré como a mí me gusta, la CELAC, en cuyo marco en México, acaba de participar ayer el presidente Pedro Castillo -por cierto, el canciller debería explicar qué quiso decir el mandatario con “relacionarnos con todos los países sin discriminación”-, es la reunión de todos los países del continente sin EE.UU. ni Canadá.

Mientras en la OEA, creada en 1948, están los 35 Estados del hemisferio, sin exclusión -la suspensión de Cuba de la OEA acabó hace buen tiempo y La Habana hasta ahora no desea incorporarse de pleno en el mayor foro político de América y el más antiguo en ser gestado en el mundo-, la idea de darle vida en 2010 a la CELAC, que es la sigla de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, ha sido prescindir de Washington, principalmente, bajo el discurso de reunir a las naciones que tuvieron una historia de luchas independentistas, como han pregonado sus impulsores (México, Venezuela y Cuba).

Así, la CELAC surgió de las entrañas del Grupo de Río y de la Cumbre de América Latina y del Caribe - CALC, en la idea de crear un anillo culturalmente antisajón o económicamente antimperialista. Aunque menos contestataria que las cumbres de los años 60 ó 70 del siglo XX, sin ingenuidades, todos sabemos que la CELAC fue ideada para crear un espacio contra el enorme poder continental y planetario de EE.UU. y de paso pasarle la mano a sus rivales en el globo. 

No creo que esté mal que las naciones de nuestro hemisferio se junten sin EE.UU. porque finalmente es bueno que existan diversos marcos o anillos de integración regional -En Asia no todos los países cuentan en sus bloques a China como pasa con los Estados de la ASEAN-, pero cuando el objeto de CELAC tiene una inocultable carga ideológica, entonces se produce una grave afectación al histórico panamericanismo, que es lo mismo que a la OEA, y que fue base de la política internacional y del derecho internacional americanos en el siglo XX.

Así, no es un secreto que en los últimos tiempos actores como el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, viene sosteniendo la sustitución de la OEA “por un organismo que no sea lacayo de nadie”, y otros, más moderados, pregonando una reestructuración de la organización, cuando más bien -pensando geopolítica y estratégicamente en el hemisferio- lo que se requiere es el fortalecimiento de la OEA.

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