Evo Morales confirmó su candidatura a la Presidencia de Bolivia, reafirmando su posición de recuperar una vez más el poder -estuvo treces años- y ocupar, como define el artículo 165 de la Constitución de Bolivia, la presidencia del órgano ejecutivo. El placer de creerse indispensable lo persigue, la ambición desmedida lo caracteriza. El líder de origen sindical cocalero, cree ser el único capaz de poder dinamizar la economía, devolverle la dignidad al pueblo y combatir eficazmente al cruel neoliberalismo y a los interminables proyectos expansionistas del imperialismo norteamericano. Evo, figura determinante del “socialismo del siglo XXI”, siempre mostró especial admiración por Castro, Chávez y los Kirchner; líderes políticos que administraron sociedades ¡hoy marcadas por la descomposición moral, económica y social! En lo que nos atañe, Evo celebró el triunfo electoral de Castillo, apoyó las corrientes separatistas aimaras en Puno e incidió en nuestra sociedad cuando la conflictividad política se hallaba en su grado más alto. No olvidemos que, en el 2015, de forma grosera e indecorosa, asemejándose a una conducta sacrílega, le entregó al papa Francisco, un crucifijo con la hoz y el martillo; signos del comunismo marxista, ideología condenada por la iglesia a través de numerosas encíclicas, entre ellas la Divini Redemptoris de 1937. Una ideología que ha diseminado la semilla del terror, violado con impunidad la dignidad de las personas, fomentado injusticias y expulsado a Dios de sus dominios, es la que sostiene ideológicamente para interpretar las relaciones sociales, económicas y políticas, tanto a Evo como al cerebro detrás de Morales, el sociólogo y matemático Álvaro García Linera.