El país estuvo casi dos días en vilo ante la posible presencia de una persona atrapada bajo los escombros de una casona de adobe en la cuadra nueve de la avenida Abancay, en el Centro de Lima. Cabía la posibilidad de que estuviese con vida pese a que el derrumbe sucedió el sábado. Sin embargo, ayer, casi al mediodía, se confirmó el hallazgo del cadáver de Martín Huerto Garrido, un albañil que había estado haciendo trabajos informales en el lugar de la tragedia.

Lamentablemente, esta muerte es una consecuencia más de la informalidad y la falta de control por parte de las autoridades. Por un lado, está la persona que sin autorización alguna, comenzó a hacer la implementación de un sótano, para lo cual contrató obreros como Huerto Garrido, quien según sus familiares, ante la necesidad de llevar algo de plata a su casa, cobraba apenas 120 soles a la semana por exponer su vida que finalmente le fue arrebatada bajo cuatro toneladas de adobe.

Sin embargo, es lamentable también que la Municipalidad de Lima a través de sus órganos de Fiscalización, no haya sido capaz de detectar esta obra ilegal que se realizaba en pleno centro de la ciudad. Estamos hablando de la transitada y supuestamente vigilada avenida Abancay, no de un oscuro y alejado rincón de la capital donde nadie ve nada. Habría que ver qué justificación da la comuna limeña luego de esta tragedia.

No es la primera vez que sucede algo así por falta de fiscalización y control en Lima. Hace pocas semanas vimos la muerte de un niño tras caer por un pozo en el mismo Cercado. Si vamos más atrás, nos topamos con otras situaciones trágicas como la sucedida en 2017 en la Galería Nicolini. ¿Se estará supervisando adecuadamente la forma en que se vienen ofreciendo productos en la zona de Mesa Redonda y los alrededores del Mercado Central?

Si así estamos en Lima, la capital del Perú, habría que preguntarnos qué pasa en otras provincias y distritos con menos recursos, personal y exposición mediática. La muerte del albañil Huerto Garrido es el alto precio de la informalidad, de sacarle la vuelta a la norma, de creerse el muy vivo y pagar una miseria por hacer un sótano sin autorización; y también de la falta de control de una autoridad que no cumple con su función más elemental en sus propias narices.

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