“No pases por la Plaza de Armas de Lima porque te pueden jalar (de Palacio de Gobierno) para ministro”. Así reza el chiste popular que a su vez resulta un excelente microeditorial sobre la falta de cuadros del presidente Pedro Castillo para conformar un Gabinete en consonancia con las urgencias que vive el país. Otros peruanos van directo a la yugular: “Ahora cualquiera puede ser ministro”. Y, ciertamente, el profesor no deja de sorprendernos con los especímenes de que se rodea.

Por ejemplo, según el mandatario, el mayor mérito de Hernán Condori para darle el portafolio de Salud en plena pandemia de la Covid-19 es que “ha venido de la chacra y sabe dónde está la necesidad”. Lo que no dice es que Vladimir Cerrón le había pedido esa cartera para su camarada, un señor que estudio medicina pero que también es capaz de vender sebo de culebra.

Castillo está entrando a un círculo vicioso como solución a su falta de tino para convocar a profesionales limpios de polvo y paja. A los pocos días de tomar el juramento, obligado por las críticas a las andanzas de sus ministros, anuncia la reformulación y, en este plan, como un Gabinete es peor que el otro, continúa la inestabilidad política y la gente ya exhibe cansancio y frustración. Ese 69% de desaprobación, a decir de una reciente encuesta de Ipsos, no es gratuito.

Es notorio que está “aprendiendo a gobernar”, como confesó en una entrevista, lo que implica que sus asesores, la ola chotana y familiares, también son una nulidad, incapaces de postergar sus apetitos de prole para ayudarlo a propiciar la llegada al Ejecutivo de ministros A-1. Si no, la vacancia seguirá sobre la mesa.