Los seres humanos somos únicos. Nuestra pasión, como decía el escritor británico Graham Greene, consiste en rozar el borde vertiginoso de las cosas y que siguen siendo lo que siempre han sido: el limite estricto entre lealtad y deslealtad, entre la fidelidad e infidelidad, las contradicciones del alma. El pertenecer a una sociedad, a una familia, a una comunidad determinada, significa más que compartir espacio, dimensión y tiempo con terceros, implica mucho más que estar, simplemente, juntos. Los seres humanos nacimos y morimos solos, pero necesitamos de los demás para vivir, para tener un propósito en nuestras efímeras existencias, para ser felices. En este empeño, la virtud de la lealtad se convierte en un elemento relevante y clave. La lealtad, ese arte sui generis de la honestidad, de la fidelidad con uno mismo y con las demás personas, de la coherencia entre lo que se piensa, se dice y se hace, es la que enmarca nuestra naturaleza humana; la capacidad de ser veraz es lo que nos da dignidad.
A menudo observamos, por ejemplo, a políticos que trabajan juntos en ciertos espacios de poder, unidos como un puño, y cuando alguno pierde la confianza y es expectorado, se convierte en un filudo puñal: se acabó la lealtad, el agradecimiento y el respeto a quien te tendió una mano o te ofreció una oportunidad. Ser leal requiere una dosis audaz de verdad, de poner cada pieza en su lugar; requerirá en ocasiones abstenernos de opinar, criticar o comentar temas sobre los que no tenemos evidencia clara. Faltamos a la lealtad cuando mentimos o cuando artificiosamente dañamos a otro, intencionalmente. La deslealtad es quizá el ingrediente más perverso que enturbia el vínculo de la confianza. Por supuesto que ser leal no es lo mismo que ser “cómplice”; no se es leal cuando ocultamos las faltas o las mentiras de otro, deliberadamente, pretendiendo ayudarlo con ello; el leal ayuda a la persona a reconocer, corregir y enmendar sus errores, pero a tiempo. Hacerlo a destiempo nos convierte en frívolos seres humanos que lo pueden imaginar todo, predecir todo, excepto mantener a flote nuestra dignidad.