Era predecible, aunque muchos estaban distraídos al parecer. Desde el momento en que las protestas tumultuosas empezaron a ser noticia en el centro y sur del país, el asunto empezaba a incubarse. La oposición empezó a aplaudir cuando esto ocurrió, porque veían que las manifestaciones ahora sí ponían en verdaderos aprietos al gobierno de Pedro Castillo. Era la misma gente que lo llevó al poder, decían, ahora sí está atrapado. Lo que muchos no veían era que en medio de esos gritos afloraba también la demanda de la Constituyente y el cambio de Constitución.
La oposición no sabía lo que avalaba. Es cierto que el sur y centro del país sí ponía en aprietos a Castillo, más que las ya cotidianas protestas limeñas en contra de su gobierno. Y por eso mismo las protestas en las otras zonas del interior serían más tomadas en cuenta. Ahora, después de que se realizaron sesiones descentralizadas del Consejo de Ministros, el gobierno quiere contentar a ese sector, congraciarse con él, porque es el más radical y el que de verdad puede sacarlo del poder.
Pero, de paso, con o sin proponérselo, el asunto le ha dado una especie de tabla de salvación al gobierno. Al menos por ahora. Con este proyecto que acaba de presentar sobre la Asamblea Constituyente le echa la pelota al Congreso, que como se ve ha salido a responder torpemente. Es verdad, el proyecto presentado, tal como lo han dicho algunos especialistas, es un mamarracho, pero el gobierno está cumpliendo su cometido, le está diciendo al sector más radical del descontento miren, ahí está, pero el Congreso no quiere.
El Congreso tiene toda la potestad de rechazarlo, pero comete un error en las formas. Aunque no nos guste y no sea mayoritario, hay un sector de la población que piensa que lo de la Constituyente es necesario. Hay que explicarles los contra de eso. Decir no, sin más, no sé si ayuda en algo.