El secreto de las fuentes es primordial para que el periodismo florezca, que sin esta prerrogativa corre un gran riesgo la profesión. Más bien, tendríamos que agradecerle a los buenos periodistas por ser la luz entre tanta oscuridad que somete a los menos favorecidos.

En ese sentido va mi comentario frente a los ataques constantes de un sector del Congreso de la República, que considera oportuno amedrentar a quienes ejercen el periodismo con llevarlos a la justicia para que revelen las identidades de quienes cumplen la función de garganta profunda.

El caso Watergate, el más famoso del periodismo de investigación, necesitó de fuentes de información secretas para revelar las maniobras de espionaje del gobierno de Richard Nixon. ¿Se imaginan a la cámara de diputados estadounidense proponiendo una ley para que los sabuesos Carl Bernstein y Bob Woodward cuenten de dónde provenían los datos?

Es penoso que, por el contrario, haya periodistas que promuevan el seguimiento judicial contra quienes piensan distinto a sus empleadores. Defender el secreto de las fuentes es una obligación moral de quienes han pasado por las aulas universitarias de comunicaciones. Aquellos que no lo entiendan no deberían presentarse como tales.

Sí, creen que Gorriti maneja el país, que titiritea el Ministerio Público, que controla a un sector de la prensa, y que por eso hay que lanzarle lodo putrefacto por su forma de ejercer el periodismo. En realidad, no se quieren dar cuenta que si esta profesión cae caminaremos por años por un pasaje tenebroso.

Los medios de comunicación son empresas que lucran como cualquier otra, pero se diferencian porque su producto es la verdad, con la que ganan credibilidad, prestigio y la preferencia de sus consumidores. Se le puede fiscalizar, al igual que un banco, pero sin cercenar sus derechos y deberes.