Luis Alberto Sánchez, el líder aprista que fue escritor, político, historiador y hasta vicepresidente, solía bromear con ironía que el mandato presidencial en el Perú se redujo de seis a cinco años porque “después del quinto venía el golpe de Estado”. Si viviera hoy, probablemente habría propuesto elecciones cada año para ajustarse al ritmo de nuestra inestabilidad política. En apenas una década, el país ha tenido ocho presidentes.
Tener ocho presidentes en 10 años demuestra la alta volatilidad en el cargo más importante de la Nación. Ya sabemos que el que gobierne tiene y tendrá un calvario de difícil tránsito, pero algo es crudamente cierto, el nivel de los que llegan al poder es penoso. Y lo peor es que son ejemplos de improvisación y parte de una clase política que parece incapaz de mirar más allá de su propio interés.
Hoy es el turno de José Jerí, quien como presidente del Congreso tenía 83% de desaprobación, según la última encuesta de Datum. Su primer mensaje fue predecible: “La prioridad número uno es derrotar a la delincuencia”. Lo dijo con tono solemne, como si no lo hubiéramos escuchado mil veces antes. Pero el problema no se resuelve con declaraciones, sino con políticas. Lo suyo, hasta ahora, es puro gesto: posar en una requisa carcelaria, mostrarse con la camisa remangada, salir a la calle y saludar a los ambulantes o participar en una marcha por la paz. Eso es mostrar autoridad de utilería mientras la inseguridad devora al país.
Le puede dar una imagen positiva en los primeros días, pero el show tiene un límite: la terrible realidad. Es imposible entretener por más tiempo a un país devastado por la ola criminal.