EE.UU. decidió eliminar al general iraní Qasem Soleimani, el arquitecto de la externalización -no exportación, como refieren algunos analistas- de la Revolución Islámica (1979) y todo el peso de su influencia en la región del Medio Oriente. Lo voy a explicar. El mayor objetivo de Washington, conforme su política internacional -basta leer “Diplomacia” de Henry Kissinger, el gurú de la política internacional estadounidense- ha sido conseguir en el tiempo el control total del Medio Oriente por lo más preciado que tiene: su petróleo. Por eso trabajó intensamente en varias décadas para contar con aliados (Arabia Saudita, Egipto, Jordania, Irak, etc.) y el acuerdo sobre un programa nuclear de la administración de Barack Obama y los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania, con el régimen teocrático de Irán, iba en ese sentido. Controlando a un Teherán, diezmado económicamente por las sanciones estadounidenses, para la Casa Blanca el camino hacia ese objetivo, era cuestión de tiempo. Pero la llegada al poder de Donald Trump inauguró otro estilo hacia ese mismo objetivo, llevando todo lo actuado a foja cero pues el referido acuerdo fue tirado al tacho y las sanciones fueron reanudadas. Para Washington, entonces, el general Soleimani, que se ha movido a sus anchas por la región para afirmar la influencia iraní en el vecindario y promover una sistemática animadversión hacia EE.UU., era un actor cerebral de las estrategias externas de Irán que había alcanzado un empoderamiento extraordinario al interior de su país y con un gran futuro político. Convertido en una verdadera piedra en el zapato, lo acabaron. Lejos de ver en prospectiva una tercera guerra mundial no puede soslayarse la reacción persa pues no se van a quedar de brazos cruzados. Soleimani no era cualquier general, sino el preferido del líder Supremo, el ayatola Alí Jamenei, por lo que una respuesta -ellos hablan de venganza- a mi juicio, será inexorable. Con cálculo político o no, este suceso de aniquilamiento concentra la atención de un lado, de la mayoría de los estadounidenses que aplauden la decisión de su presidente candidato a la reelección, y de otro, de sus enemigos políticos que lógicamente, lo condenan.

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