La muerte, siendo parte de la vida, trae el duelo que culturalmente es respetado por propios y extraños en los distintos sectores de nuestra sociedad. Han sido millones de peruanos los que han lamentado la partida de Alberto Fujimori y mínimos los que han sacado brillo a su odio criticando al extinto.

Ningún reconocimiento está a la altura de la obra de don Alberto Fujimori. Ni las sombras que significaron sus errores, podrán desmerecerla. La derrota al modelo económico de hambre y miseria que significó el socialismo y colectivismo heredados de la dictadura de Velasco y la derrota del terrorismo asesino, apéndice ideológico de la citada corriente, son suficientes para estar agradecidos por su labor, pero paradójicamente son los hechos que atizan la hoguera del odio de sus enemigos.

Todo el progreso del Perú, con la inserción en el sistema financiero internacional, tratados de libre comercio, privatizaciones, control de la inflación, actividades productivas que han traído la disminución de la pobreza, crecimiento de la clase media y mejora en la calidad de vida de millones, tiene su partida de nacimiento en la obra del presidente Fujimori y en la Constitución del 93, donde se señala que somos un Estado social y democrático de derecho. De allí se deriva el modelo económico que corresponde al de una Economía Social de Mercado, que contiene normas que protegen la propiedad, iniciativa privada, libertad de contratar, libertad de comercio y la igualdad jurídica de la inversión, normas del libre mercado impregnadas de contenido social para alcanzar el bien común en beneficio de las grandes mayoría.

Alberto Fujimori en su partida terrenal, se va querido y respetado, reivindicando su obra y derrotando a sus odiadores desde la tranquilidad de su conciencia y hogar.