Ahora que cabe la posibilidad de que en los próximos meses el Congreso no caiga en manos de gente cuestionada como José Jerí (Somos Perú), con una investigación por violación sexual; y Waldemar Cerrón (Perú Libre), el hermanísimo del prófugo menos buscado del país; sino de José Cueto (Honor y Democracia), sería bueno mencionar algunos puntos que deberían cambiar en el Poder Legislativo antes de que acaben sus funciones iniciadas en 2021 y que en verdad, en líneas generales, han sido un tremendo fiasco.

En primer lugar, una eventual mesa directiva encabezada por el almirante Cueto debería marcar el retorno de la presencialidad. Es una vergüenza ver sesiones vacías en que los legisladores desde sus casas o la playa, ya sea en pijama o viendo un partido de fútbol, votan por asuntos vitales para el país sin saber ni dónde están parados. Los plenos y las labores en comisiones tienen que ser con presencia física, y no de manera remota. La pandemia de COVID-19 acabó hace mucho tiempo.

Es urgente también acabar con el Congreso convertido en agencia de empleos de la familia Acuña y de Alianza para el Progreso (APP). Se tiene que decir adiós a la Oficina de Modalidades Formativas y a los “recomendados” que se llevan la plata por tener como “mérito” el hacer de ayayeros de esta gente que sueña con llegar al gobierno. Otra cosa que debe ser erradicada es la semana de representación en tiempos de campaña, a fin de evitar que estos viajes pagados con fondos públicos sirvan para hacer proselitismo.

De igual forma, una gestión distinta a las que hemos tenido debería acabar con esos “bonos” de 10 mil soles o más que de la nada reciben los trabajadores del Congreso, gracias a cuestionados acuerdos con un sindicato que exige llevarse plata de todos los peruanos como si fuera parte de una empresa que tiene una rica y necesaria producción para el país. ¿Desde cuándo se paga adicionales a la gente en el Estado por hacer su trabajo ordinario? Ojo que ahora están pidiendo un extra por implementar la bicameralidad que regirá desde el 2026.

Una gestión desastrosa como las anteriores en tiempos electorales sería fatal, en primer lugar por el mal uso de recursos públicos; y también porque el hartazgo y la indignación de seguir viendo lo que hemos visto en los últimos cuatro años, podría generar un voto de rechazo que nos haga llenar el Senado y la Cámara de Diputados de una manga de radicales e impresentables, peores a los ya conocidos. Este sábado 26 veremos qué nos espera para el último año de la unicameralidad.