La agenda política nacional no puede girar entorno a un expresidente como Martín Vizcarra, quien parece aderezar la ley para continuar haciendo campaña con miras a un refugio que lo proteja del Congreso. En realidad, se equivocan quienes piensan que podrá ser un legítimo candidato; y aciertan los que saben que su carrera proselitista es su único escudo.
Inhabilitado para la función pública por diez años, el exmandatario pone todas sus cartas en el asador para lograr una bancada que lo cuide desde el nuevo Legislativo, que pueda negociar algunas prebendas y que, con mucha suerte, logre una reversión de su condición de peruano suspendido para ejercer cualquier cargo estatal.
Sabemos que Vizcarra no es un luchador social que busca la reivindicación, menos un honorable político que desea el bien común de los peruanos; como tampoco es el mesías, al igual que un revanchista en busca de sangre. No tiene un mensaje destemplado como Antauro, sino que reina en la confusión de la desinformación de los jóvenes (el 30 % de los electores).
Vizcarra es el actor principal del sainete que arma en cuanta región pisa. Solo el año pasado, en una visita que tuve a Piura, un grupo de amigos me preguntaba por su condición jurídica. Pese a su inhabilitación, ellos han formado cuadros para la próximas elecciones y saben que el expresidente tiene cautivo a un sector de la población desde su postura fresca frente a la adversidad. Los juicios no detendrán a Vizcarra, muy por el contrario, lo están convirtiendo en una leyenda viva de raza. Plaza que pisa y las hurras populares no se detienen porque la agenda política lo mantiene vigente. Nadie se ha olvidado de su gobierno, del cierre de un Congreso impopular, y en un país donde la criollada tiene premio, el expresidente parece caminar fresco hacia su único refugio.