La reciente noticia de que una correspondencia dirigida al presidente Donald Trump contenía ricina, un componente altamente letal para la salud humana que podría ocasionar un colapso y terminar con la vida, habría sido interceptada por la seguridad de la Casa Blanca. La noticia, preocupante y para administrar en el marco de las elecciones del próximo 3 de noviembre, no causaría tanto revuelo sino fuera porque recientemente la opinión pública internacional ha sabido del intento de asesinato, por confirmado envenenamiento con el agente tóxico de la familia Novichok, de Alexei Navalny, joven y mayor opositor del gobierno de Vladimir Putin, presidente de Rusia. Sin que siquiera insinuemos imputaciones que solamente corresponde a un proceso rigurosamente investigativo, lo real y concreto es que la macabra práctica del envenenamiento como método se superpone en el análisis del fenómeno del poder internacional recordándonos los cruentos sucesos que fueron registrados durante la Guerra Fría en que el espionaje como método y el referido envenenamiento como instrumento marcaron la vida internacional. Los avances en la dinámica del poder mundial transversalizados por los derechos humanos que penetraron con enorme impacto, fueron uno de los mayores avances de los años noventa y el inicio de este siglo para advertir que el respeto a la vida debería imponerse sobre todas la cosas en un mundo donde los actores visibles dentro de los Estados recurrían a un sinnúmero de recursos realmente cuestionables para alcanzar el poder o mantenerse en él. Resultará una completa censura y condena internacional si acaso se detecta y confirma las bajas conductas entre los directamente involucrados en el proceso electoral en los Estados Unidos sin que tenga que comprometer a los candidatos mismos. El repudio a la bajeza deberá ser una regla en EE.UU., Rusia, etc., pues no se condice con las normas civilizadas del juego democrático de la sociedad internacional contemporánea determinadas por la tolerancia en la administración del poder político.