El Congreso de la República pasa por su momento de mayor descrédito. Y no solo por los escándalos de algunos parlamentarios como el caso de Freddy Díaz, quien es acusado de violación sexual, y las opiniones al respecto de algunos de sus colegas como la de Wilmar Elera, quien prácticamente responsabilizó a la víctima por trabajar con muchos hombres, y la de Humberto Acuña, quien se mostró compungido por la situación que pasa Díaz.

Si a esto sumamos la fragmentación de bancadas y, como consecuencia, la imposibilidad de llegar a acuerdos para la toma de decisiones trascendentales y así terminar con el desgobierno de Pedro Castillo, es evidente la involución del Parlamento y su incapacidad de ponerse a la altura de las expectativas de los peruanos.

Con 14 grupos parlamentarios (incluyendo a los no agrupados) es muy difícil que el Congreso se convierta en futura alternativa para resolver la crisis política en la que está sumida el país desde hace un año. Que 34 congresistas hayan renunciado a las bancadas por la que fueron electos hablan también de la poca adhesión a la institucionalidad de los partidos.

Esta descomposición del Legislativo, sin ninguna duda, favorece al Gobierno. Es que el principal poder del Estado se encuentra anulado por sus propios errores. Así no hay posibilidad de devolverle al Perú una gobernabilidad perdida.