El viaje del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, a EE.UU., para reunirse con su par de ese país, Donald Trump, le ha servido para rentabilizar políticamente su condición de jefe de Estado, bastante alicaída. Lo voy a explicar.

Su viaje fue harto criticado pero él firme e inmutable quería la foto que le permita compensar la completa inoperancia gubernamental por la pandemia del Covid-19, que a la fecha va dejando más de 275 mil contagiados y casi 33 mil muertos, colocando a México solo por debajo de Brasil (68,055) en el número de fallecidos.

Nadie podría creer en su sano juicio que el acuerdo a que han llegado los dos países más Canadá -Justin Trudeau, primer ministro, no viajó al encuentro-, constituye uno más en la historia económico-comercial de los tres países.

Todo lo contrario y esto debe ser reconocido. Es verdad que no ha llegado en el mejor momento político para Norteamérica -en realidad no lo es para ninguna parte del mundo- porque el coronavirus, que se ha ensañado con esta parte del continente, opaca a todos los actos de Estado debido al grave impacto que viene produciendo.

Durante el encuentro, AMLO pudo ser más discreto en sus adjetivos calificativos sobre Trump pero no quiso y no le importó. Su estrategia era abrumar en elogios a Trump y lo consiguió. El resultado de su viaje lo está vendiendo a la población como uno de los más importantes actos de gestión y aunque no es verdad que sea lo más esperado en el país -piden atención médica porque la pandemia los está consumiendo-, AMLO parece ser un buen vendedor.

Siendo EE.UU. geopolíticamente clave para México, el viaje de AMLO, con objetividad, está justificado. En este asunto específico, todo lo que se diga, será irrelevante frente a la otra foto, la de los intereses nacionales mexicanos, siempre superiores.