¿Por qué el norte peruano sufre con mayor contundencia los efectos de la pandemia, en comparación con otras zonas del país, como por ejemplo el sur? La respuesta parece ser sencilla, pero no la es. Hay una suma de factores.

Comencemos por la parte que corresponde a las autoridades. En Perú en general tiene un sistema de salud paupérrimo, abandonado con indolencia por años por los gobiernos que más hicieron aumentar las cifras macroeconómicas. Pero en el norte hay un hecho que agravó aún más su situación: El Niño Costero. La tan anunciada reconstrucción ni siquiera llegó a una mediana concreción cuando llegó el coronavirus al Perú. Hospitales como los de Tumbes y Piura –tal como lo graficó muy bien un reportaje del portal Ojo Público- están colapsados en un 50 y 60 por ciento. Por ello las cifras de letalidad que hoy preocupan.

Y, por otro lado, está la idiosincrasia del norteño. Y aquí hay que decirlo: no es casualidad que el número de infractores a la emergencia haya sido obscenamente alto en regiones como Piura, Lambayeque o La Libertad. Ese número diario de infractores no hacían más que prever lo inevitable: los contagios se expandirían.

En el norte, sobre todo en Piura y Lambayeque, la gente es muy querendona, cálida; muy de apapachar. Les gusta el contacto con el otro, el abrazo con el otro, la cercanía con el otro.

Y también está el momento en que llegó el Covid-19, en la cumbre del verano. “En Piura la gente soporta temperaturas cercanas a los 40 grados, ¿cómo quieres que estén metidos en sus casas’”, me decía en los primeros días un amigo piurano que reside en Trujillo.

Después, están el resto de hábitos propios del resto del país, como la informalidad. Pero ahora ya no hay más tiempo y las justificaciones tampoco sirven. Y esto lo deben entender sus autoridades, pero también la misma ciudadanía.

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