Nadie olvidará la gesta de la primavera árabe, aquel movimiento espontáneo y cargado de convicciones que fue iniciado por las juventudes en el seno de las propias bases ciudadanas de Túnez, en 2011. Fue una lección extraordinaria de un país y en una región no precisamente de tradición democrática. En aquella ocasión la rebelde sociedad tunecina fue capaz de acabar con el exdictador Zine el Abidini. La histórica revuelta en la excolonia francesa fue seguida por otros estados árabes de la región, cambiando la actitud de una sociedad que exigía participar de las cuestiones de la cosa pública. Coadyuvó y mucho el uso de las redes sociales que rápidamente recrearon un contexto sumamente idóneo que relievó en el mundo contemporáneo como una gran lección para la sociedad internacional. Al cierre de esta columna, aún se desconoce los resultados de las elecciones, pero es muy probable que se produzca una segunda vuelta precisamente porque existe una impresionante cantidad de candidatos que supera los 20, cada cual con una porción de votos para su rebaño. De hecho, las encuestas dan mayores posibilidades a Béji Caïd Essebsi, un anciano que anda camino de los 90 años, que se alzó como máximo líder del partido Nidaa Tonues, y que fue el más votado en los recientes comicios parlamentarios. La autoridad de Essebsi se encuentra en haber sido un activo funcionario del depuesto gobierno de Zine el Abidini, pero que tomó distancia del dictador durante la revuelta del 2011. El escenario que vive Túnez en el reciente proceso electoral revela una apretada contienda democrática entre la vieja guardia que aprovechó una mejor ubicación durante el régimen autocrático acabado y una nueva clase de políticos jóvenes que son hijos de la primavera árabe. Sin duda un gran paso para promover la democracia en esa región.