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El norteamericano Joaquin Phoenix es un actor de considerable talento y versatilidad. Lo ha demostrado en varias ocasiones, desde Todo por un sueño (1995), de Gus Van Sant, hasta la reciente The Master (2012), de Paul Thomas Anderson, pasando por Johnny & June (2005), de James Mangold, y tres estupendos filmes de James Gray: The Yards (2000), Los dueños de la noche (2007) y Two Lovers (2008).

Phoenix se ha unido en estrecha colaboración con el guionista y director Spike Jonze, cuya obra cinematográfica tiene mucho de experimental y surrealista (¿Quieres ser John Malkovich?, El ladrón de orquídeas), aunque no carece de un cierto romanticismo y originalidad. El resultado se llama Ella y es una suerte de drama romántico futurista sobre las relaciones humanas en una sociedad dominada por la tecnología.

Theodore (Phoenix) es un escritor solitario que gracias a esa moderna tecnología a su alcance puede crear diversas misivas -especialmente románticas- para cualquier usuario que solicite sus servicios. Separado de su esposa Catherine (Rooney Mara) y en busca de replantear su vida, adquirirá un nuevo sistema operativo de inteligencia artificial que, a través de una voz femenina y bajo el nombre de Samantha (Scarlett Johansson), destinará a satisfacer todas sus necesidades.

La gracia de esta historia radica en que Theodore se volverá cada día más dependiente de su relación con Samantha, al punto de empezar a sentirse enamorado de alguien que no existe como tal y podría eventualmente desaparecer de su vida en cualquier momento. Sus únicos nexos con la realidad serán su trabajo y su vecina Amy (la siempre atractiva Amy Adams), también separada de su pareja y tratando de superar su propia crisis.

FÁBULA EXISTENCIAL. Jonze construye hábilmente su fábula existencial alrededor de Theodore. Todo lo que él ve y siente es lo que importa. Su aventura se convierte de esta manera en una curiosa experiencia sensorial, en la que las continuas conversaciones e intercambio de información entre el escritor y Samantha se van modulando como si se tratase de una relación de pareja. La escena de amor en total oscuridad y únicamente con las voces de ambos es particularmente interesante.

Lógicamente, Theodore empezará a sentirse atraído por lo que Samantha representa para él, es decir, la posibilidad de encontrar el afecto del que carece en una voz que se convierte en presencia permanente, pendiente de su rutina, de sus temores, que también le manifiesta un sentimiento humano cargado de aparente pureza. Así, la acción más trascendental de Samantha será su necesidad de adquirir un estatus corpóreo para agradar a Theodore. La sorpresiva visita de la desconocida dispuesta a complacerlo lo ilustra de manera ejemplar.

La idea es que Theodore finalmente descubra por sí mismo que el mundo va camino de la deshumanización si dependemos completamente de las máquinas. La secuencia en la que pierde el contacto con Samantha y se trastorna resulta primordial para que el personaje entienda que existen otros miles -o quizá millones- de usuarios en su misma situación, y lo único que puede salvarlo a él y a los demás es crear vínculos con gente real, de carne y hueso, como su amiga Amy.

CALIFICACIÓN: BUENA