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“Maneje con prudencia” es un mensaje que, por fortuna, encontramos casi siempre en la carretera. Es útil, puesto que nos recuerda los peligros de la velocidad. Si es útil para conducir sin problemas, también podría ayudarnos en otras circunstancias. Por ejemplo, si nos lo ponen frente al micrófono de una radio (Hable con prudencia), en las redacciones de periódicos (Escriba con prudencia). ¡O hasta en los púlpitos! (Sermonee con prudencia). Lo cierto es que no importa el lugar o el rol que le toca, o los destinatarios del discurso, lo que importa es que lo que te toque hacer lo hagas con prudencia. Elemental, mi querido Watson, porque la prudencia es la madre de todas las virtudes. La justicia, la fortaleza y la templanza dependen de ella. Etimológicamente está vinculada con providencia, algo así como ver de lejos, prever las consecuencias de lo que uno piensa, dice, obra. Adelantarse a algo es ser perspicaz para el discernimiento hacia el buen juicio. No es tan sencillo ser prudente: “Hay hombres que dicen tener pasión por la justicia y reclaman una justicia utópica, carente de objetividad. Hay hombres valerosos que roban y asesinan. Hay hombres ascéticos, cuya moderación es una máscara que oculta su injusticia. Pero estos hombres no son ni justos, ni fuertes, ni templados, porque no son prudentes” (J. Pieper, La prudencia, Madrid, 1957). Resulta que ahora, con lo hipócritas que somos, nos hemos especializado en elogiar la imprudencia porque el imprudente es mediático, vende, tiene jale, es atractivo para el morbo de las masas. Se dicen preocupados por la violencia de que es víctima la mujer, pero en sus programas de TV, disfrazados de periodismo, elogian su prostitución, su promiscuidad y encima les pagan para que se desprendan no solo del pudor de sus cuerpos, sino del de sus honras. Y los pasquines juegan a la ronda con ellos. Si las buenas noticias son malas noticias, las noticias de imprudentes son buenas noticias.

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