Basta que nuestras condiciones cambien y nos dejen vulnerables ante los demás, para ver de qué estamos hechos como individuos y como sociedad.

En los zapatos de otro

Como consecuencia de un accidente, hace varios días que tengo la pierna izquierda enyesada. Desde el pie hasta casi la rodilla y eso ha bastado para que se me quiten por completo las pocas ganas que tenía de salir a la calle. No me refiero a haberme convertido en un antisocial que vive dentro de su cueva, si no más bien al hecho de que lo que ya sospechaba, acabó confirmándose: vivimos rodeados de gente que es, básicamente, una rata egoísta. Y ni eso, las ratas tienen espíritu gregario, pero en fin.

Para evitar que la sospecha recaiga en mí, y la gente crea que me convertí en el personaje de James Stewart en "La Ventana Indiscreta", que pese a los mimos de Grace Kelly era un tipo ligeramente amargado y un tanto obsesivo, paso a pegarme a la clase uno de periodismo de la facultad: dilo con pruebas. Así que aquí van, las más representativas de mi choque con la Lima que no conocía.

Pedí un taxi de agencia que me llevara a la clínica a revisar la lesión. No es que esperara que el chofer me abriera la puerta y me ahorrara el número del Circo del Sol haciendo malabares con las muletas, el yeso y la manija, no; pero supongo que eso debió prepararme para lo que venía. No bien bajé del taxi, me apoyé en el carro para acomodarme y coger las muletas, también apoyadas en la puerta. Supongo que al chofer le bastó que ya no tuviera pasajero y que si me pasaba algo, pues bueno, estaba en una clínica o qué, porque simplemente arrancó y estuve a un segundo de irme al piso de cabeza, si no fuera por la reacción del buen samaritano que pasaba por allí.

Pensé que sí, que personas buenas dispuestas a ayudar siempre van a haber, pero ni bien volví a la calle de la consulta, en el mismo lugar donde me dejó el taxista, se me pinchó el globo de la fe en el homínido. La gente que me veía esperando un taxi en la silla de ruedas de la clínica se ponía delante mio, conforme iban saliendo, y se llevaban los taxis. Con gran cuajo y brillante estilo. Pobres, me imagino que envidiaban mi condición de estar sentado mientras ellos andaban de pie y con este calor. Eso debía ser.

Puede que sea el barrio, entonces, pensé. Demasiados árboles le hace creer a la gente que están en la selva. Tuve que ir después a sacar dinero. Estacionamos en un grifo, y bajo para entrar al cajero del autoservicio. Entre que me alcanzaban las muletas para ponerme en pie y caminar (ya tenía la tarjeta en la boca), tres, así, tres personas aceleraron el paso, y adivinando mis pérfidas intenciones aceleraron el paso -a uno poco le faltó para correr- y se metieron antes que yo, por supuesto a hacer la cola en el cajero, donde ya habían otras tres personas esperando. O sea, seis ciudadanos que reciclan, donan a la Teletón, rescatan gatitos y marchan contra la tv basura, y ninguno siquiera se molestó en insinuar que pasara yo primero. Total, ni que fuera culpa de ellos que yo ande con yeso.

Una última. Baño de un local, salgo del servicio y el piso estaba húmedo. La pata de una de las muletas sale volando. Me agarro de la pared y consigo mantener un poco de mi dignidad y del sentido vertical de mi cuerpo. Todo bien, hasta que un chiquillo, pongamos que de quince años me mira -ni cachoso, ni serio, ni nada, solo me mira- y me suelta la siguiente joya "no deberías entrar con esas al baño, podrías pegarle a alguien- y dicho esto, el futuro congresista de la república se largó de allí. Mi muleta seguía en el piso.

Ahora agravemos las cosas. Pongamos que no era yo, que soy hombre adulto en razonable estado de salud y de fuerza, con los cinco sentidos en su sitio, y con la cordura aún sin abandonarme. Era, digamos, una mujer embarazada con dos niños, un jubilado que vivirá para siempre con un bastón, un invidente, una anciana que se ha perdido, uno de los tantos miles de ciudadanos que a diario deben depender no digamos ya del civismo y la buena voluntad, si no de la compasión de otros, que ven más bien en su condición de vulnerabilidad la oportunidad perfecta para sacar provecho propio.

Y al carajo el resto. Ellos y nosotros mismos.

TAGS RELACIONADOS