La poesía de Carlos López Degregori ha tomado un camino distinto y es algo que no me sorprende, porque la propuesta del poeta peruano se ha caracterizado por buscar salidas ante los límites y, ahora, en su más reciente poemario, “Entre dos fronteras” (Colmillo Blanco, 2025), deja la propia isla que ha construido con su obra. En estos poemas, el autor mantiene una dicotomía constante en la que batallan sus voces. No solo está la oscuridad y sus posibilidades, sino que también hay lugar para la luz, en forma de vitalidad, placer y erotismo. En sus versos, se libra una lucha de miradas, de emociones, de ideas, mientras recorre los espacios físicos, las lecturas, películas y el arte en general que lo han marcado. Podría decir que hay un plano autobiográfico, evidenciado, sobre todo, en el poema “La Gran Ola de Kanagawa”: “desde los 26 años escribo el mismo libro, / el mismo poema, la misma línea vacía”. López opone la suavidad a la fuerza, la soledad a la compañía, el instante a la eternidad, el pasado al presente, el deseo a la enfermedad, el deseo, la muerte. Sin embargo, no son dualidades fáciles, todo lo envuelve un lenguaje que se abre, por momentos, como una flor oscura y que tiene la nostalgia de la juventud y del optimismo a pesar del final definitivo. No se resisten en ninguno de los dos extremos, transitan por las grietas de los estados radicales, brillan o se oscurecen en las intersecciones, las ambigüedades. Escribe en “Un durazno en las termas”: “Riegas con el agua de tu jarra el jardín y brotan las rosas anómalas”. Sensualidad entre la luz y la oscuridad. También en “Mi ceremonia del té”: “Disgustado cortó sus párpados / que en suelo se volvieron las primeras hojas de té”. Belleza cruda. Otro tema protagónico que atraviesa el poemario es el cuerpo, tanto el propio como el de los otros, y aparece a manera de lugar desde donde las otras inquietudes del libro se desarrollan y se proyectan hacia otros sentidos más allá de los ligados a la carne. En “Lombriz”, que aparece después de los versos introductorios, hay un anélido partido en dos con una pequeña pala. Mientras que los últimos cinco poemas, agrupados en “Vellocinos”, tiene el filo de un cuchillo sobre la muñeca izquierda de la voz poética. A pesar del corte y el dolor, en el caso de la lombriz, “las mitades sobrevivirán en la tierra húmeda del jardín / abrazadas a las raíces de tus flores”, y, en el final, el cuchillo no está afilado. En ambos escenarios, el cuerpo íntegro o roto todavía reluce en la tierra o en reflejo del metal.

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