Al filo de cumplirse el plazo legal para que dimita luego de ser censurado por el Congreso, el Gobierno aceptó la renuncia del ministro de Educación, Carlos Gallardo Gómez, pero este seguirá detentando el cargo hasta que se designe a su sucesor y, si bien la cartera no estará sin cabeza, preocupa el aparente desinterés de la gestión de Pedro Castillo para nombrar al nuevo titular del Minedu.

El presidente sabía que debía elegir a un nuevo ministro porque la censura de Gallardo estaba cantada, pero prefirió ir a pasar las fiestas de fin de año junto a su familia, en Cajamarca, a nombrar a su tercer ministro de Educación en menos de cinco meses de gobierno.

¿Qué tan difícil puede ser elegir a un buen ministro de Educación, uno que respalde la reforma universitaria y resista los embates del Parlamento para destruirla, que defienda la meritocracia en el magisterio y se encargue de llevar a buen puerto el retorno a clases presenciales en medio de la pandemia?

No debería serlo tanto considerando que el presidente es un maestro, pero irse y guardar silencio cuando ocurre una crisis se ha vuelto un sello característico del mandatario y la coherencia brilla por su ausencia en toda la gestión de Castillo Terrones.