La descristianización de las naciones no es un fenómeno reciente. El ateísmo desperdiga sus tesis, el materialismo las acepta y nuestras sociedades denominadas posmodernas, que operan bajo el influjo del progresismo, las afianzan. El espíritu de nuestra época olvida la dimensión trascendente de la persona humana, reniega del eterno Hacedor y obra como si Dios no existiera. En este contexto hostil y desalentador, los labios del pastor paraguayo Emilio Agüero bendijeron la Copa América, con las frases: “Dios bendiga a América. El mensaje de Cristo sigue vigente”. Esta valiente proclamación se enlaza perfectamente bien con la antigua tradición que la Iglesia Católica, madre y maestra, anuncia desde los primeros siglos. Debemos entronizar a Cristo no solo en los corazones de los hombres, sino también en el corazón de las sociedades. ¿Acaso no expresó con claridad meridiana san Juan Crisóstomo que “el evangelio debe brillar en medio de las comunidades”? La imperecedera palabra debe introducirse en la cultura, en la política, en la empresa, en el deporte, etc. Lo mismo nos dice Josemaría Escrivá de Balaguer: “Hay que incidir cristianamente en nuestro entorno”. Inspirándonos en la sentencia del fundador del Opus Dei, pensamos así: “Debemos impregnar de cristianismo todas las estructuras sociales”. Si nuestra sociedad es fecunda en apartar a Dios y excluirlo de toda acción social, debemos recordar que nosotros contamos con argumentos sólidos para combatir esta postura errónea. La encíclica Quanta cura (1864) de Pío IX, la doctrina del reinado social de Cristo de Henri Ramiere y el cardenal Pie, o la encíclica Quas primas (1925) de Pío XI, son algunos ejemplos. ¡Viva Cristo Rey!