Figura excesivamente romantizada y ajustada al mito del héroe comunista, ese que es capaz de aniquilar vidas humanas para establecer un modelo colectivista orientado a reparar injusticias, generar arreglos sociales, disminuir considerablemente las relaciones económicas asimétricas y exterminar a la clase opresora, representada por la burguesía. Todas estas consignas -pensemos en Cuba- no solo no llegarían a concretarse, sino que, por el contrario, se agudizarían los problemas, acrecentarían las injusticias, violarían con impunidad la dignidad de las personas y perfeccionarían las estrategias de intolerancia hacia los disidentes. Un día como hoy, nueve de octubre de 1967, murió -recordando el libro de Nicolás Márquez-, Ernesto “la máquina de matar” Guevara, figura determinante de la Revolución Cubana, experimento comunista que ha generado que el país permanezca desde hace más de medio siglo, en estado agonizante. “El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa al ser humano y lo convierte en una efectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así; un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal”. Así se expresaba Guevara en su mensaje a los pueblos del mundo en 1967. ¡Guerrillero despiadado, en él se funde una peculiar unión de actitud yihadista y pensamiento marxista! En la actualidad, Guevara sigue provocando una extraña fascinación; especialmente en inteligencias adultas estériles, revolucionarios de gabinete y burgueses acomplejados, que mientras gozan de los placeres que proporciona el capitalismo y la pacífica convivencia democrática, enceguecidos por sus pasiones, exaltan al sanguinario guerrillero y odiador de profesión.