La Navidad llega una vez más, cargada de simbolismos y tradiciones que evocan la paz, la solidaridad y la unidad. Sin embargo, en el Perú, este mensaje parece chocar con una realidad de enfrentamientos, disputas, corrupción e inseguridad que persisten incluso en estas fechas. Una situación que no solo está alejada del espíritu navideño, sino que también refleja una profunda crisis política y social.

El papel del Gobierno y el Congreso en esta coyuntura es innegable. Los continuos escándalos, la falta de acción frente a los problemas reales de los peruanos, el servicio a sus propios intereses antes que al de los demás y un discurso centrado en culpar a otros han generado un clima de inestabilidad y desconfianza. Estas actitudes no solo agravan la crisis, sino que también insultan la inteligencia de los ciudadanos, aumentando el rechazo y el desencanto hacia quienes dirigen el país.

Para el Gobierno, es momento de actuar con grandeza y nobleza, de reconocer los errores y rectificar el rumbo. Insistir en justificaciones que solo profundizan la división es un acto irresponsable que pone en riesgo la estabilidad del país. En cambio, se necesita voluntad para el diálogo, disposición para buscar consensos y capacidad para priorizar el bienestar común sobre intereses personales o partidarios.