Almudena Grandes (1960-2021) es una de las escritoras imprescindibles de la historia de la literatura española por su gran obra narrativa, iniciada con “Las edades de Lulú” en 1989 y consolidada con las seis novelas que conforman sus “Episodios de una Guerra Interminable”, en la que retrató la vida durante la dictadura de Francisco Franco, entre 1939 y 1964, con personajes históricos y otros propios de la ficción. La prosa de la autora también maravilló a los lectores en una columna que publicaba cada quince días en la revista El País Semanal. Tomando el nombre de ese espacio periodístico, acaba de publicarse el libro “Escalera interior” (Tusquets, 2025), una selección de los artículos que Grandes escribió desde 2005 hasta un mes antes de su fallecimiento debido al cáncer. Antologados por Elisa Ferrer, este conjunto de textos breves es un encuentro con lo mejor de su legado. La mirada de la escritora se dirige a la vida más íntima de personajes que bien podrían aparecer en sus novelas, con una exploración notable de sus deseos y anhelos, y unas narraciones más que memorables. Como la gran artista que fue, rompe la típica estructura de una columna de opinión y la convierte en un álbum de escenas conmovedoras e impactantes, en crónicas sobre la sociedad española de la primera parte de este siglo y como una forma de mostrar sus propias reflexiones de la cotidianidad y de su trabajo como escritora. La primera pieza, titulada “Las estaciones del tren eléctrico”, cuenta las formas en cómo los varones tratamos de recuperar una infancia perdida por un contexto complicado y que, en un gesto mínimo, al menos por una tarde, podemos regresar a ese reino desaparecido con nuestro padre. Mientras que, en “La pobre Adelaida”, narra la frustración y el anhelo de la mujer ama de casa de romper con las ataduras del machismo y lo que le cuesta salir de esa rutina establecida, a veces fracasando de manera desoladora. En “Una terca incertidumbre”, confiesa el trabajo solitario que implica ser novelista y su tránsito en un campo minado de intuiciones, sin casi tener certezas: “La soledad es la grandeza y la miseria del oficio de escribir novelas”. Y, por supuesto, “Tirar una valla”, una de sus últimas columnas, es una mirífica forma de la esperanza y un ejemplo del enorme respeto que siempre le tuvo a sus lectores: “Entre todos los personajes que existen, mis favoritos son los supervivientes, y no voy a defraudarme a mí misma, mucho menos a mis propios protagonistas”. Un libro extraordinario.

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