Hoy se cumplen 24 días de la muerte del economista José Miguel Castro, exfuncionario municipal en tiempos de la corrupta gestión de la exalcaldesa Susana Villarán, cuyo cuerpo fue hallado en el baño de su casa de Miraflores con un profundo corte en el cuello, y hasta el momento ni la Policía Nacional ni el Ministerio Público se han dignado a salir ante los peruanos a dar detalles de este hecho, al menos para aclarar si estamos ante un suicidio o un asesinato.

Llama la atención que las autoridades guarden tan prolongado silencio respecto a la muerte de quien habría actuado como intermediario entre los representantes de las empresas corruptoras brasileñas que tenían intereses en que Villarán no sea revocada en el 2013 y sea reelecta en el 2014, y la gestión de la burgomaestre –una corrupta confesa– que junto a varios funcionarios ediles y allegados, recibieron millones de dólares sucios a fin de mantenerse al frente de la gestión.

Sin duda, Castro tenía información que pudo comprometer a muchos de los investigados por el Ministerio Público con miras al juicio oral que se iniciará en setiembre próximo, y ahora está muerto en circunstancias que nadie logra explicar pese a que ha transcurrido casi un mes. Si fue un lamentable suicidio, tenemos derecho a saberlo; y si fue un crimen por razones políticas o las que fueran, también los ciudadanos deben conocerlo de boca de sus autoridades.

Ojo que en seis meses se han producido otras dos muertes relacionadas con escándalos y casos de corrupción política que tampoco han sido aclarados. En diciembre del 2024 apareció muerto en un hotel Nilo Burga, implicado en la venta de alimentos en mal estado al programa Qali Warma, que salpica incluso al entorno de la presidenta Dina Boluarte. Dos semanas después mataron a balazos a Andrea Vidal, vinculada a una presunta red de prostitución en el Congreso. Hasta el momento nadie da explicaciones al respecto.

El misterio alrededor de la muerte de Castro es de por sí escandaloso, casi tanto como que en siete años el Ministerio Público no haya llegado a declararlo colaborador eficaz. ¿A qué están jugando policías y fiscales? Estoy seguro que si el fallecido hubiera manejado información capaz de embarrar a gente sentada en la orilla opuesta a la de la señora Villarán, a quien nadie toca ni con el pétalo de una rosa, las alarmas no habrían dejado de sonar ni un solo día. Sea cual sea la verdad, tiene que ser expuesta.