Evo Morales, expresidente de Bolivia, está de vuelta en el país y su regreso ha sido por la puerta grande. Es la verdad. Recibido como quien llega de la Luna, Evo terminó siendo más astuto que muchos de los conservadores de la historia nacional boliviana que renegaba de que un líder cocalero e indígena, llegara en 2006 a la primera magistratura del Estado. Después de salir del país por la puerta falsa ante las imputaciones de fraude para perpetuarse en el poder por el contundente informe de la OEA, y de viajar asilado a México, y luego pasar a Argentina, Evo vuelve a su tierra en busca del aplauso que lo ha convertido en el líder histórico del Movimiento al Socialismo como ha dicho el flamante presidente Luis Arce. Evo es un completo caudillo y esa realidad no es para admirarla dado que el caudillismo como fenómeno no permite el desarrollo de los pueblos. Hay quienes creen que Bolivia sin Evo no es Bolivia y aunque no puede negarse que goza de una gran aceptación popular, no resultará saludable creerlo indispensable porque nadie en rigor lo es. El crecimiento económico de Bolivia durante su mandato ha sido determinante para la reciente victoria política del flamante presidente que fuera su exministro de economía y considerado el verdadero arquitecto del desarrollo del país. La victoria de Arce, entonces, está permitiendo a Evo volver al país y moverse como pez en el agua.  Le va a costar a Evo no involucrarse en la agenda política de su país pero no tiene otro remedio si quiere que Arce gobierne sin sobresaltos y no aparezca como un presidente totalmente subordinado. Evo debe dejarlo gobernar para que no parezca que el nuevo mandatario, sea visto como una pieza más en sus planes políticos. La era del MAS ha comenzado a reescribirse con la vuelta de Evo al país cuando muchos creían que si retornaba no sería en tan poco tiempo. Así es la política y por eso es cuerdo que se cuente al político muerto pero nunca muerto político.