A partir de noviembre, Rodrigo Paz asumirá como presidente de Bolivia y es un hecho que no tendrá una tarea nada fácil, pues después de 20 años “socialismo del siglo XXI” en manos de Evo Morales y Luis Arce, el flamante mandatario de centroderecha encontrará un país en recesión, con falta de dinero, inflación, sin inversión, con más desigualdades y con instituciones tomadas por títeres de los regímenes de izquierda que han sido un verdadero desastre para todos los bolivianos.
En cuanto a su política exterior, el nuevo gobierno tendrá que trabajar intensamente para lavarle la cara a su país y recuperar su imagen de nación viable y confiable como destino de inversiones que generen empleo y bienestar, tras haber sido Bolivia un entusiasta aliado de parias mundiales como Irán, Rusia, Cuba, Venezuela, Nicaragua y toda la izquierda latinoamericana que solo sirve para hundir a millones de ciudadanos en la miseria y la falta de libertades.
Sin embargo, no tengo duda de que el principal problema que va a tener que afrontar la nueva administración del presidente Paz será, cómo no, Evo Morales, un agitador y desestabilizador profesional que no se va a quedar tranquilo. Ya desde antes del 2006, cuando tomó el poder por primera vez, era conocido por pretender imponerse a través del bloqueo de carreteras, el palazo y la pedrada, siempre desde su reducto cocalero del Trópico de Cochabamba.
En este momento Morales y el fraccionado Movimiento al Socialismo (MAS) son políticamente unos apestados que dieron vergüenza por los resultados obtenidos en la primera vuelta, en agosto último. Además, el dirigente cocalero tiene que responder por gravísimas acusaciones de pedofilia que hasta ahora ha logrado evadir escondiéndose en su zona de influencia al amparo de una guardia indígena. Sin embargo, su capacidad de generar problemas a la gobernabilidad, la democracia y la legalidad, está vigente.
Bolivia está tratando de salir con dificultad del esperpéntico legado de 20 años de socialismo y de sus alianzas con tiranías eternas como la de Venezuela y Cuba, esas que tanto aman nuestros izquierdistas arcaicos que a como dé lugar, quieren un cambio de Constitución, con la única finalidad de enquistarse en el poder a punta de reelecciones y de populismo con recursos públicos. Antes de votar en abril próximo, veamos cómo están nuestros vecinos del altiplano, que no tienen ni gasolina en los grifos.